Volví a esconderme debajo de la frazada azul.
Hacía frío. Tenía sueño. Quería dormir.
Música en el cuarto, alguien abriendo la puerta.
Pregunta de la cena; qué voy a comer.
Respondo (me gusta la voz en esa tonalidad,
ojalá alguien me lo diga algún día) algo.
Pregunta sobre mi respuesta; qué dije.
Mi humor cambia, y pregunta qué hay.
Vuelven palabras, es como un recitado del menú
de un restaurante. No escucho, digo algo.
Otra vez, pregunta sobre mi respuesta;
qué dije. El grito que necesitaba por fin
puede salir. Habla de que le hago mal,
de por qué me pongo así. Cierra la puerta.
Sigo escondido debajo de mi frazada.
La culpa pesa más; todo lo que puede no importar
en otro momento, ahora se transforma en una navaja
que se clava y se vuelve a clavar, y se vuelve a clavar;
va doliendo, está doliendo. Me duele.
Apago la música. Me agazapo. Siento mas frío.
Me duermo.
La frazada es la que me sigue abrazando, guardando,
protejiendo. Ojalá algún día se vuelva persona.
14 julio 2005
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