29 julio 2008

decimonovena vez que lo voy a decir.





no existió algo más hermoso en la tv como soy tu fan.

27 julio 2008

I.
odio no poder ser independendiente y no poder sentir que no te necesito cerca.







A.
sólo quiero que me abrace, o que aparezca y me diga que no tengo que tener miedo.




B.
que me abrace y me diga que no tengo que tener miedo.




II.
odio no poder ser tan independiente como para pensar que no me hacés falta.

26 julio 2008

odio

el cbc es un dolor de huevos Enorme.. y más cuando ya es el segundo año

20 julio 2008

rezi

Una vez una persona preciosa escribió que el mundo es un montón de gente, un mar de fueguitos.

La noche de jueves nos conducía a San Telmo para la presentación de LOLI MOLINA luego de meses de ausencia sobre los escenarios debido a la grabación de un disco. Diez menos cuarto, las copas comenzarían a levantarse en silencio, el Espacio Ecléctico se endulzaba y la vocecita hermosa suplicaría en “Miel” que duela sólo la verdad . Un inicio de agradecimientos antepuestos a “Vacio y Silencio” y a “Laberinto”, con una explicación final del por qué el nombre de éste último tema.

A Loli la acompañan Nico Cota en percusión y Hernán Jacinto en rodhes y piano. A ellos los acompaña el ambiente más ameno para que las sonrisas comiencen a florecer. Las sonrisas son acompañadas por una suave sábana musical. Y a la música la acompaña una hermosa delicada voz de seda.

[y sigue en Recis!]

18 julio 2008

te querés acostar conmigo en la alfombra y cerrar los ojos? o mirarnos, o mirar el techo. o hablar en mudo, o a hablar a los susurros. te quéres acostar en mi alfombra y reirnos un ratito?















sí, vos.


aunque ya tenga la respuesta. tu tiempo, tu nulo tiempo para mi y tus pocas ganas de mi. que faltan momentos, que faltan más palabras y más miradas, con tu nulo tiempo hacia mi.
y ya sé la respuesta.




y no, a vos, no.
pero ella sí.
vos sí.

15 julio 2008

asco

Te repugna la forma de regalar historias, de abrir tus verdaderas y derramar tus miedos. Te repugna la forma de no poder inventar realidades, regalar tus sentidos en compañía de besos. Te repugna tu cuerpo al lado de uno que te asquea tanto o casi como el tuyo, que te molesta y te estorba, que te genera rechazo; pero te repugna mucho más el quedarte ahí, inerte, inmóvil, sin pararte, alejarte, ahí. Estúpido y enfermo.

Ya no te molesta regalar besos, te jode el hecho de saber que estás compartiéndote con alguien que mañana no te va a considerar como querés que alguien lo haga.

Te jode el hecho de que mañana no se acuerde de vos, se olvide de vos, y no entienda lo que quisiste decir cuando pasaba una escena y vos hablabas, sonriendo, impregnando el aire de una felicidad propia incomún de propio cuarto.

Ya no te molesta regalar caricias por ahí, prostituyendo tus manos.

Quedarte abrazado, por inercia, por una estúpida inercia que mueve tus brazos, y enreda un cuerpo ajeno a centímetros del tuyo. Cuando te das cuenta, te querés alejar, tu cara no sonríe, y tus dedos dejaron de moverse. Cuando reaccionas te mirás, desde arriba te mirás, sin sintonía con el cuerpo de al lado. El tuyo, un cadáver, o el otro el cadáver, te repugna, te genera rechazo, pero no te alejas, no te paras, te quedas ahí, con los brazos en forma de algo que no sabes qué es.

Te seguís viendo desde arriba queriendo llorar tu estúpido vacío. Te miras y querés irte, te querés alejar de ese cuerpo que respira al lado tuyo y que para vos está en Indonesia, o vos en Etiopía.

Cuando te vestiste, cuando te quedaste solo, pensás en que mañana ella se olvida de todo lo que dijiste, de todo lo que sentiste, de tu canción favorita y del recuerdo que te traen los olores. Mañana, se olvida, y vos, como un pelotudo, bajo la ducha, intentando sacarte toda esa mierda que no podes sacarte, la de sentirte ajeno a los cuerpo y a tus propios deseos.

Ya no sos besos abandonados por ahí, ya no sabes cuales son las caricias que mas te gusta dar, las das, todas iguales, del mismo color. Intentás inventar ritmos y espacios, colores, intentas inventar formas, pero no, siempre terminan siendo tan idénticas que te asqueas de vos mismo.

Lastima, lastima por tus palabras que no llegan a ningún lado. Lastima por tus palabras que regalás, sin darte cuenta realmente que no es tu intención, que tus sentidos no tienen porque regalarse a cualquier postor.

Ya no sos besos regalados por ahí, ya sos canciones y escenas que para vos tienen el significado más importante, pero para la otra persona no. Porque no te entiende, porque no te puede entender, porque esta totalmente en otro mundo, porque vos estás totalmente en otro lugar, en otra ropa y en otras palabras. Te asqueás, te das lastima, y te lastimás, te lastimás los labios besando bocas que no te interesan besar.

14 julio 2008

de mujeres y de fobias

[de orsai.es]

[..] Caminábamos, despreocupados, por los últimos recovecos de una adolescencia tardía.

CHIRI —¿Por qué, de entre todas las mujeres que ves, te gustan siempre las que están atrás de un mostrador? ¿Por qué te gustan las mujeres que van por la calle con un yeso? ¿Por qué te gustan las chicas que van así nomás, con cualquier ropa? ¿Por qué notás belleza en eso, y no en la belleza top model, que muchas veces ni te calienta?

HERNAN —Es necesario que las chicas que me gustan a mí, en algún momento de su vida, hayan atendido la rotisería del padre un sábado a la noche, que no se hayan rebelado a esa obligación, y que incluso —al atender— lo hagan luego con simpatía. Las chicas que me gustan a mí tienen que haber pasado por la experiencia de que el padre, o el abuelo, les hayan pedido que atiendan el negocio familiar un sábado a la noche, y que ellas hayan pensado en la familia, antes que en ir al baile.

CHIRI —¿Y las enyesadas? ¿Por qué te gustan las enyesadas?

HERNAN —Ojo, no me gustan todas las chicas enyesadas que andan por la calle, sino las que van con un yeso y parece que no. Esas, me gustan. Son minas a las que no les importa andar por la calle mostrando que ayer se tropezaron y se cayeron. Eso habla muy bien de ellas.

CHIRI —Una vez me dijiste una frase célebre. Una definición perfecta sobre el tipo de mujer que te gusta. Me parece, además, la única definición exacta.

HERNAN —¿Qué te dije?

CHIRI —Me dijiste: “Yo me enamoro para siempre de una mujer de la que, después de cuatro meses de haberla conocido, descubro que sabe tocar la guitarra”.

HERNAN —Y es la puta verdad. Eso es mucho mejor que tetas grandes. Eso es belleza. ¿Sabés qué hay en una chica que después de un tiempo agarra una guitarra y se pone a tocar? Mucho más que eso. Eso hay. Hay la posibilidad de no aburrirte de ella nunca. La posibilidad de que alimente la relación con misterios no revelados. Y pensás: “Si después de cuatro meses no me había dicho que tocaba un instrumento, ¡la cantidad de otras cosas que habrá para descubrir!” La cantidad de Italparks con fichas gratis que va a haber. Y el otro extremo es la Cicciolina, porque lo primero que les muestra a los hombres es el pezón. Con esas mujeres está todo mal.

CHIRI —Es una cosa sabida que te sentís mucho más cómodo relacionándote con mujeres que con hombres. ¿Pero por qué creés que cuando te gusta una mujer, siempre te va a gustar una que se siente mucho más cómoda con hombres que con mujeres?

HERNAN —¡Eso es espectacular! Es algo que siempre había sabido, pero nunca se me había ocurrido un buen juego de palabras con esa desgracia. Eso que dijiste recién es realmente espectacular. Incluso odiaría que terminara siendo lo más inteligente de este libro.

CHIRI —Lo más probable.

HERNAN —Pero es verdad: si algo no me gusta de una mujer, es que tenga tópicos de mujeres, y esos tópicos los adquieren cuando están todas juntas. A las mujeres que hacen mucho pijama party cuando son chicas, y muchas cenas de mujeres solas cuando son más grandes, se les atrofia la cabeza. No me gustan lo que piensan del mundo las mujeres juntas, ni lo que pretenden pensar sobre el amor.

Por eso siempre te gustan las otras. Y te enterás al toque que les encanta estar con hombres... Te enterás, por lo general, demasiado rápido, sin que ellas te lo digan. Y ahí es donde decís: “¡Puta madre, salgan todos ustedes de ese placard!” A las otras las descubrís por completo a los siete minutos. Lo primero que te dicen es que estudian guitarra. Y ya no te dejan nada más por conocer.

CHIRI —Esta clase de mujer de la que hablamos, es la que en tu Catálogo Definitivo de Mujeres denominás Belleza Parcial, ¿no? ¿O son Rara Avis?

HERNAN —Sí, es verdad, son bellezas parciales. No son Rara Avis, que es el punto máximo al que puede llegar una mujer... Éstas de las que hablamos son bellezas parciales.

CHIRI —Porque las Rara Avis son todo esto, pero no desde ninguna entrelínea, en ellas todo es obvio. Incluso es obvia la personalidad, que es serena, es agradable...

HERNAN —No. La personalidad de una Rara Avis es arrolladora (y eso a veces no es ni sereno ni agradable). En ellas prima la personalidad sobre cualquier otra cosa. Es muy claro lo que dice el Catálogo sobre las Rara Avis...

CHIRI —¿Qué dice?

HERNAN —Que “la especie Rara Avis no centra su potencial de arrolladora belleza de cuerpo y espíritu en los parámetros con que se suelen medir estas dotes”. Y no siempre la Rara Avis va a ser la mujer que más te guste. Porque muchas veces, de la mujer que más te gusta, lo que más te gusta es moldearle la personalidad. Por eso nos gustan las bellezas parciales. Porque hay una manía muy Toto les héros, la película belga: armarte la mina ideal, como hizo el personaje. Agarró a una mujer parecida a la que amaba y la moldeó para que fuera idéntica. Ahí lo que tenés es una belleza parcial mejorada, llevada sutilmente a que complemente tu personalidad. Y en ese caso, la mujer ideal es la que se sabe adaptar a eso para siempre.

CHIRI —¿Te parece?

HERNAN —Sí, es la única posibilidad de ideal particular. Una Rara Avis (el ideal general, el Ideal con mayúsculas), nunca va a ser tu ideal propio. La Rara Avis es mejor, pero hay que bancarse esa inquebrantabilidad.

CHIRI —Acá disiento con vos, porque yo sé que a vos te gusta la mujer apasionada. Y una mujer adaptable no es nunca una mujer apasionada. Porque lo cierto es que a vos te encantaría que esa rotisera que le está haciendo el aguante al padre un sábado a la noche, y que está atendiendo con tanta simpatía a la gente, sea una ajedrecista que juega torneos nacionales.

HERNAN —Sí, eso es verdad. Me muero de amor si la rotisera es ajedrecista.

CHIRI —Y saber que está ganando torneos, que se pone mucho las pilas, que estudia, y que va a seminarios... Y que los sábados a la noche le hace el aguante al padre en la rotisería...

HERNAN —En ese caso yo, aunque esté sin laburo, ahorro toda la semana para comprarle medio pollo con papafritas los sábados. Como pollo una vez a la semana con tal de verla, de admirarla. Es un problemón, porque después nunca le digo nada. Ese es el otro asunto, que me taro. Una mujer así es algo demasiado bueno. Una chica que no te dice nada de lo que hace, y tenés que enterarte por el Clarín, porque aparece en la página que escribe Najdorf...

CHIRI —...Y que en ningún momento, en la rotisería, te está diciendo “uy, la concha, dentro de un rato tengo que encerrarme a estudiar ajedrez”. Sino que te atiende con buena onda, modosita...

HERNAN —¿Ves? Eso es una Rara Avis...

CHIRI —¿Por qué nos gusta la misma clase de mujer?

HERNAN —Supongo que porque empezamos a descubrir la estética a la vez, haciendo las mismas cosas. El gusto por la mujer es una cuestión absolutamente cultural. Y los dos hicimos lo mismo desde que teníamos ocho años. Fuimos descubriendo el arte a la vez, sacándole los velos a los pizarrones al mismo tiempo. Y si tenés los mismos gustos estéticos, y las mismas líneas argumentales, y los mismos miedos y fobias, después te gustan las mismas minas.

[..]

[de orsai.es]

azuloscurocasinegro

y las películas hermosas en la soledad de madrugada , que te quiebran el alma en treintaycincomilpedacitos.






y the trailer

10 julio 2008

Hace varios días que la cama está deshecha, escena cliché.
Por suerte, por las noches – mañanas – tardes o lo que sea, la ventana abierta compensa la insoportable loza radiante del edificio, a veces transpiro, a veces no. A veces pataleo y desestabilizo toda la cama, pero estos días la cama no se desestabilizó. En ningún momento. Al contrario, el desestabilizado soy yo, otra vez, qué cliché.
A la cama le compre una almohada nueva, tiene funda roja y sirve tanto para dormir como para apoyarse y ver el tele. No sé desde cuando la tengo, sólo sé que el otro día la saque de la sillita y la puse en la cama, la puse en la cama y me digne a dormir la primer siesta sobre ella. Pobre, tan pronto para sentirse babeada.
No me preguntes la hora exacta, ya lo sé, siempre me acuerdo la hora exacta, pero esta vez no quería ni ver el reloj, es más, el reloj-despertador está desenchufado hace varios días,cliché (prometo no decirlo más). Sólo veo el celular, y al celular no quiero abrirlo, porque como sabés tiene tapa y se abre, y cuando lo cierro me siento importante. Pero no puedo abrirlo, porque no suena. Hace días que no suena esa musiquita que le puse y que tanta felicidad me daba escuchar mientras caminamos del brazo por las grandes avenidas de nuestros barrios. Cuando suena, quiero que seas vos, pero no sos vos. Tu nombre y las palabras tontas y chistosas que le puse al lado de tu nombre no aparecen en mi celular, y no desespero ni nada, sólo me sigo resignando.
Ponele que eran las seis de la tarde, casi siete. Por mala suerte no me acosté debajo de las sábanas, así le daba un estreno como dios manda. No sé que tuvo esa almohada que a los segundos de apoyar mi cara sobre ella, mi mejilla derecha sobre ella, me quedé dormido. Creo haber abierto un ojo, pero la funda roja me susurró que siga durmiendo un cachito más. No me pude resistir.
Al rato me volví a despertar, sin pensar prendí la tele para ver qué hora era. Las nueve, creo que decía, no podía ver bien, los ojos todavía abriéndose. Cambié y Susana hablaba con esa voz irritante que tiene, hablaba pero yo no la escuchaba. No podía. No sabía que decía, no me interesaba tampoco. Pero me acuerdo que Susana hablaba y yo miraba la almohada.

- ¡La puta madre que te parió!

Con bronca, a la almohada. Una bronca injustificable, una bronca que no se merecía. Pero es que no sabés lo que hizo la hija de su madre. Las dos horas que dormí, no sé cuantos sueños o cuantas imágenes fueron. Pero en todas, en todas estabas vos. Explícamelo. Ella no te conoce, no te llegó a conocer, cómo hizo para retratarte tan bien. Cómo hizo para retratarte con tu misma ropa, la misma ropa que a mi me gustaba tanto. Me gusta como te vestís, te lo viví diciendo.

Pero la almohada no te conoció, e igual me hizo soñar con vos.

Estuve a segundos de cometer la estupidez de contártelo, a segundos de decirte que la almohada nueva me hizo soñar con vos. No sabés como me contuve, no sabés el poder que tuve en ese momento de no flaquear y no marcar tu número en el celular. Es qué ya lo había agarrado, pero no lo había abierto todavía. Me miré de arriba, un segundo, me miré acostado con el celular en la mano y una cara de pelotudo que asustaba. Me miré y me pregunté qué carájo estaba haciendo. Tiré el celular y cerré los ojos. Intentando recordar el sueño, los sueños.

Me paré, Susana seguía hablando detrás y abrí el word. Escribí lo que no me animé a decirte y lo cerré.
Miré la almohada y le dije amablemente que me pida perdón. Ella, nada, muda, ahí, roja de la vergüenza en su nueva posición.
Creo que fue ayer esto, ya no sé con que hora se manejan los días. Leí, miré, hablé, hablé de vos y callé. Le di a la almohada una tregua, y le pedí por favor que no me vengan tus recuerdos. Me dormí otra vez.

Ya de mediodía mamá y su día feriado me despertó con la comida, mis puteadas y mi mal humor buscando la explicación del por qué cuando tiene que estar acá rompe tanto las pelotas. Minutos me quedé acostado, en un momento me había dado cuenta que no te había soñado y sonreí. Sonreí como quien siente que está creciendo y no tiene miedo de hacerlo. Sonreí como te sonreía a vos.
Día, el día transcurrió con normalidad. Cuando sonaba la musiquita del teléfono esperaba metiéndome la ansiedad por el culo. Esperaba con la ingenua intención, de que por el arte de los milagros, tu número apareciera en mi celular, a pesar de que tal vez no eras vos la que llamaba. Esperaba, “ 1, 2,3, abracadabra” y todas esas cosas que no me acuerdo como son. Agarraba el celular, y no. No eras vos. Que desilusión, me prometía que la próxima vez cambiaba de hechizo, de encantamiento, porque esas no eran las palabras mágicas.
Siguió sonando, pero no pasó nada. No eras vos.
La noche pasó, la noche pasó acostado en la almohada mirando una película. El sueño me ganaba, el sueño casi me gana, y casi me duermo. Pero desperté a tiempo. Desperté a tiempo para hablarle a la almohada y pedirle que no me haga soñarte otra vez. Pero no le hablé, tuve miedo, desde hace un rato que tengo miedo de hablarle. A ver si en la igualdad del 1 a 1 decide sacar ventaja para su lado, cabezazo y gol en contra. No. Es que ella empezó, seguramente ahora que empatamos vuelva a sacar ventaja ella.
Tengo pánico. Y me puse a escribir, porque tengo pánico de la almohada nueva. No te conoce y me hace soñarte.
Sabés, me puse a pensar que tal vez de la misma forma que te soñé, te inventé. Es que eras tan hermosa como para ser real. Tal vez te soñé alguna vez y te soñé despierto mil veces más. Tal vez tu nombre no era tu nombre, y a todos mis amigos les mentí sin querer cuando te nombraba. Tal vez el poder de mi imaginación es tan potente, y mi mente hace magia; tal vez el mismo día que te presenté a un granamigo, no eras real. Una ilusión óptica, un invento creado por mi cabeza, por mis deseos.
No lo sé. Ahora tengo miedo de que no hayas existido. Era tan increíble todo, que tengo miedo de que no hayas existido.
Me doy vuelta, veo la cama desarmada, y me acuerdo que una vez la colcha quedó con bollitos, y arrugadas perfectas que un cuerpo sólo no puede inventar. Me acuerdo de las caricias, y de cómo me tirabas de la cama. Me acuerdo de las cosas tan estúpidas, las que me hacían feliz. No, no podías no ser real, nunca me había caído solo de la cama.

Ahora veo la almohada, le pido un poco de piedad pero no quiero dejar de escribir. No quiero que mi cabeza siga maquinando mil cosas más, y que no pueda decírtelas jamás porque “crecí”. Miro a la morocha de TNAgro y me acuerdo que yo en este blog hace un tiempo dije que era hermosa. Pero la veo, la veo. Y te juro que la opacas. La puta madre.

Dejo de teclear dos segundos y le presto atención a los auriculares. Elliott me canta, y Elliott tal vez sea la persona más hermosa que haya existido en la tierra. Elliott se suicidó de la forma mas bella que una persona puede hacerlo. Elliott tuvo el coraje necesario para hacerlo. Elliott tuvo todo eso que me falta a mí. Coraje. Yo no tengo huevos para acostarme en la cama e irme a dormir. Tengo miedo de soñar con vos.

No sé, lágrimas, acá, allá. Tal vez toda una historia inventada, porque sigo sin dormir por las noches, y menos por las madrugadas. Se hace de mañana, la gente se va al trabajo, y yo me voy a acostar. No quiero dormirme, no quiero soñar con vos. Ojalá no sueñe con vos, ojalá no sueñe con vos, y se convierta, otra vez, todo en realidad. O tal vez nunca haya sido real, y mi deseo es el de que por fin todo se vuelva realidad.

07 julio 2008

es como

Los días como hoy son de esos días quisquillosos como..
Como haber llegado al 10% en la barra de descarga de esa película que tanto tiempo quisiste, la cual no se encuentra en el mercado comercial; la cinta original nunca estuvo en las pantallas grandes de ningún lugar, pero que mucha gente ya vio y se quedó completamente maravillada. De esas que ves y recomendarías a todo el mundo, por su simpleza, belleza, por su contenido ideológico, por su fin exacto, conciso, apabullante. Ves el programa, ves la barra de descarga, y sos la persona más feliz, sabiendo que ya la tenés, ya la encontraste, sólo es cuestión de esperar, ya sabés que algún día se va a descargar, con paciencia, sin apuro, sabés que se va a descargar. Pero un día, despertás, prendés el monitor y te salta un mensaje de error del programa. Lo leés, como está en un idioma que conocés muy poco lo leés varias veces para entenderlo. Puteás, gritás, sentís la bronca más grande del mundo. Por lo que entendés, en ese mensaje de error te dice que ya no se encuentra la película; ya no se encuentra disponible el archivo; pensás que el que lo tenía lo cambio de carpeta, por eso lo volvés a buscar. No, no hay caso. No está, no sabés que hacer, el mensaje sin mucha explicación, qué pudo haber pasado te seguís preguntando. Seguís maquinando, pensando las posibilidades. El que tenía el archivo, grabó la película y la borró; se cayó el programa, los servidores; el otro la vio tantas veces que decidió borrarla para no seguir viéndola y no seguir maravillándose; le pesó la conciencia y la borró, la desapareció del sistema… no sé, te cansás, dejás de maquinar. Te sentás, esperás… pasan los días y todos los días, con esperanza la buscás, la buscás y no la encontrás. Hasta que un día te desilusionás, te sentís decepcionado, y dejas de escribir su nombre textual cada noche, porque sabés que no va a volver a aparecer. Sabés que es cuestión de esperar, pero no de insistir. Perseverar, ya la encontraste una vez, y fuiste feliz sabiendo que estaba por ser tuya, pero de la nada, como si nada, salta un mensaje de error, para desestabilizarte y volver a ubicarte en el principio en el qué las esperanzas eran efímeras, y las ganas de tenerla te hacían olvidar que era algo imposible de tener, qué tal vez algún día sumamente lejano, cuando ya te hayas olvidado y tus deseos desaparecidos, algún día vuelva a ser tuya.
Como haber encontrado la segunda figurita imposible. Siempre hay dos figuritas que son imposibles, qué te llegan una vez sola en años en los 80 centavos del paquete, qué comprás diez paquetes por día pero que nunca te llega ninguna de aquellas dos. Y un día, con la esperanza muy a la sombra y casi escondida, habiendo bajado la cantidad de paquetes comprados de diez por día, a solamente uno, abrís el paquete y sacás las figuritas: las agarrás y te las ponés a ver: seguís el camino ya conocido y desesperanzador del “late, late, late…”hasta que de repente te paralizás, tu cara sonríe, tu cara a segundos de estallar de felicidad. Creés que no la tenés, un “no la” se te escapa y callás al instante. Intentando entender esas palabras que hacía mucho tiempo que no escuchabas, que tanto esperaste escuchar decírtelas. Creés que es una de las que te falta, ves el número “21”; abrís el álbum con desesperación y buscás la segunda página, tus ojos se mueven directamente hacía el lugar vacío. A punto de gritar y de festejar como ese niño que sos, ves en el casillero el número en blanco “21” que se visualiza con facilidad. Saltás, gritás, sos feliz. Te vuelven las ganas de por fin llenar ese álbum, de volver a comprar muchos paquetes de figuritas. Al otro día, llegás al colegio y llevás el álbum. Como una reliquia les mostrás a tus amigos lo que te había pasado el día anterior, algunos ya lo sabían, porque no te pudiste aguantar las ganas y los habías llamado al instante para contarles, para decirles que en tu álbum ya estaba pegada la número “21”. Detrás del teléfono, y en el colegio, se quedaban maravillados. Con una bronca ingenua que no conocía de maldad. Celosos, pero admirados, te pedían si podían verla, que les cuentes como la habías conseguido, como había llegado a tu poder. Se pasaban horas mirando la figurita, se pasaban horas escuchando la gran suerte que habías tenido, te preguntaban cuál había sido el quiosco donde la compraste, a que hora también, tal vez sería cuestión de un ritual y sólo a esa hora podían encontrar esas figus que a todos les faltaba para llenar el álbum. Volvés a comprar varios paquetes por día, ya no seis, pero si tres. Sonrientes los abrís, sonriente buscás la que te falta, la “75”. Sonriente abrís el álbum cada dos por tres y mirás la “21”. Seguís pensando en la suerte que tuviste, y que seguro es tu semana, es tu tiempo. Y todos los días vas al mismo quiosco, con la cara de nene feliz más profunda, para pedir tus tres paquetes de figuritas del día. Y tu costumbre se repite, la de llegar a tu casa, ir al cuarto que compartís con tu hermano y abrir los paquetes, con la esperanza de que son tus días para encontrar esa figurita que te falta, y por fin llenar un álbum que tanto tiempo te había costado completar. Un día, como cualquier otro, volvés del colegio y vas al mismo quiosco de siempre, pedís tus tres paquetes del día. Pero la viejita que atiende cambia la cara. Te empieza pidiendo perdón y te comenta que decidieron no publicar más dichas figuritas; tu cara cambio, hiciste las típicas preguntas pelotudas “cómo” “cuándo” “por qué”. La mujer te intento explicar mientras tus monedas se caían al suelo y tus lágrimas de nene caían por tu mejilla. Te volvió a pedir perdón y en el último suspiro de voz de niño que te quedaba, le preguntaste si aunque sea le quedaba algún paquete que te pudiera vender, alguno viejo, escondido. Ella lamentándolo te dice que no, que hacía unas horas había vendido el último. Pero que no te preocuparas, que tal vez en algún tiempo podía volver a salir el álbum, que tuvieras paciencia, que lo volvía a lamentar, y en compensación te dejó que eligieras algún dulce del estante, algún caramelo o alfajor. Y vos no elegiste ninguno. Saliste corriendo llorando, con la intención de llegar a tu casa y no dejar de mirar el álbum. Llegaste corriendo, tiraste la valija del colegio y agarraste el álbum, te encerraste en tu cuarto y no podías dejar de ver ese número que te faltaba, el “75”. No parabas de llorar, tu mamá te ofrecía tomar la merienda y vos no respondías. Te preguntaba por tu llanto, preocupadísima, pero cuando vio el álbum en tus manos se tranquilizo un poquito. Te volvió a preguntar y vos respondiste, con una voz que no conocías todavía, con una voz para nada inocente, con una voz que no se asemejaba a la tuya de nene. Le explicaste que no se vendían más, qué no había mas figuritas en los quioscos. Y estallaste una vez más. Tu mama te abraza, sonríe y te dice que habías cambiado la voz… Es como haber encontrado una de las dos figuritas imposibles, y que antes de que encuentres la primera para completar el álbum, el mundo haya decidido que no se venderían más de esas figuritas. Es como cuando sos niño y perdés la inocencia de un día para otro, la voz te cambia, y el álbum de figuritas nunca llegó a completarse. Llegar a una edad en que volvés a abrir el álbum y te acordás del “21” y del “75”. Le preguntas a tu mamá ya más vieja, si se acuerda de aquel día en el que no pudiste completarlo, y ella se sonríe y te dice que sí, qué como olvidarlo, si había sido el día que habías crecido una vez más. La mirás, la comprendés. Te preguntaba cuáles eran esas dos figuritas que tanto te habían costado tener, y le mostrás la “21” la última que pegaste con felicidad; y le mostrás la “75” diciéndole que nunca te pudiste imaginar como era; ella se sonríe, y con sus números de lotería en la mano te dice “¿sabías que en la lotería esos números significan La Mujer y El Beso?”. Le sonreís, le sonreís por su ambición por dicho juego, y volvés al quiosco una vez más. La que atiende desde hace un tiempo es nieta de aquella viejita, que te había vendido figuritas tanto tiempo de tu niñez. Te acordás de su ofrecimiento y te acordás de lo que te había dicho aquél día “tal vez vuelvan a salir las el álbum y las figus, tené paciencia…” Y al final tuviste paciencia. Cada retorno del colegio a tu casa pasabas por el quiosco y ella con señas te daba la triste noticia de que no habían llegado. Así durante años, hasta que dejaste de pasar por ahí, hasta que la voz se te había establecido por completo y los bigotes te empezaban a crecer. Así hasta el día que te cansaste de esperar, que te aburriste de la paciencia y del tiempo.
Tantas analogías se podrían hacer.
Como cuando viajas en tus vacaciones invernales al hemisferio norte, donde el calor abruma, y los hoteles de las piletas se vuelven el pasatiempo preferido de todo niño. Tu papá te tiene del brazo, y te hace hacer la plancha. Tu papá te sostiene la cintura y te enseña a flotar. Tu papá te espera del otro lado de la pileta, claro, de la parte menos profunda, y te llama para que vayas. Y vos no te animás. Lo que te queda claro es que del primer viaje al exterior, entre hoteles y visitas a distintas ciudades, vos extrañás las piletas. Cuando volvés al mismo lugar, o tal vez al mismo país pero a distinta ciudad con nombres más largos, más difíciles de pronunciar, lo primero que deseás es que el hotel tenga pileta. Otra vez tu papá sosteniéndote para flotar. Y vos intentando recordar cómo era, cómo se hacia. Así un par de veces, diferentes vacaciones, diferentes hoteles, diferentes piletas. Hasta que llega el verano en que ya podés cruzar la pileta de lado a lado. Sin ayuda de nadie. No tenés miedo a tirarte de cabeza, y empezás a imaginar piruetas antes de caer en el agua. El miedo de nadar en lo profundo, empieza a desaparecer. Y una vez lo lográs, o exagerás y decís que lo lograste y sólo lo hiciste en la mitad de la pileta donde para ser profundo es muy bajo, y para ser bajo es muy profundo. Pero vos exagerás, y creés que nadaste en lo profundo alguna vez. O tal vez, como eras muy chico no te acordás donde es que nadaste, y si realmente algún día llegaste a nadar en lo profundo, en lo semi-profundo o en el bajo. Igual, de lo que estás seguro, es que en la última vacación invernal del hemisferio sur, en el calor del hemisferio norte, vos te sentías completamente seguro en la pileta. Con el correr de los años nunca más volviste a meterte en una pileta; al mar pocas veces más te metiste, y una cosa es barrenar y otra nadar. La cualidad del nado desapareció en tu vida, como si nada. Pensaste en el tiempo, y en la perseverancia de que el día que te metieras a una pileta sabrías como nadar otra vez, pero esto no resultó de dicha forma. Es que tanto de nadar, como de andar en bicicleta, se dicen que no se olvidan. Y es mentira. Ya de más adolescente, ya de pibe que se mete en piletas ajenas, de casas desoladas, en countrys ajenos, asquerosos y caros, te diste cuenta que lo que todos decían era mentira. Día de la primavera, y tus ganas de meterte a la pileta se volvieron llamas a flor de piel. Insistir, insistir a tus compañeros de día para que se metan con vos, para ir a la casa vecina y tirarse a nadar. Cuando el calor se hacía insoportable, y la dueña de casa, y persona propietaria en dicho country, por fin aceptaba tal acto, la pileta los esperaba. Un él se lanza de cabeza, un ella atrás, y otra ella atrás. Y vos. El pelotudo que tanto había deseado ir a piletas ajenas, ahora que estaba a segundos del borde, no se tiraba. Tenía miedo, tenía miedo de haberse olvidado cómo nadar. Miedo, que paraliza. Miedo que tuvo que ser sacado de un sacudón, de la misma forma que fuiste empujado. El contacto con el agua, la desesperación, el sentir que uno se ahogaba, y realmente darse cuenta que las cosas como nadar se olvidan. Alguien se da cuenta de tu estupidísimo crónico, de tu incapacidad motora, y se tira, como la Baywatch del country, como la Pamela Anderson de Baywatch. Te da un empujón simple, y tocás la pared, pared de la pileta que en tu desesperación ni habías podido imaginar. Volvés a tierra, y vuelven las horas de calor, y tus explicaciones estúpidas de “el agua estaba muy fría”, “se me durmió una pierna”, “me asusté, me empujaron y no estaba preparado” o cosas más estúpidas y sin sentido. Para al final, con toda la vergüenza del mundo explicarle a tu rescatista del día, que en realidad no sabías nadar. Sí, no sabías. Y ahora, años después de ese sucedido, seguís sin saber nadar. Porque es mentira que uno no se olvida de nadar… Es como cuando estás aprendiendo a nadar de chico, y de un día para otro dejás de nadar y a los años te tiras a una pileta. Si no te ahogás, es porque hay gente que te pudo rescatar. Es mentira que con el tiempo uno no se olvida de nadar. Es mentira. El tiempo es una mierda, porque te podés ahogar.

Como andar en bicicleta de chico y no volver a hacerlo de grande, sabiendo que si lo hacés ahora te estrolás contra el pavimento. Tus veranos al sur de Córdoba, y tu abuelo que te llevaba en su bicicleta grande, de persona vieja, y roja. Idas y vueltas, tus ganas de aprender a andar y de escaparte por ahí, por el campo; como él lo hacía con vos. Y tus veranos al sur de Córdoba, del otro lado de la tranquera, del lugar donde las camionetas pasaban y los tractores dejaban su huella. Donde por las noches cada auto que pasaba implicaba un miedo y una persecución incalculable a algún posible robo o cosa por el estilo. Del otro lado de la tranquera, mamá o el abuelo amarrándote de la bicicleta para que no te caigas. Y así pasaron algunos veranos, en donde cada vez que ibas era un volver a empezar de cero, otra vez, todo de nuevo. Y la verdad es que no sabés si el equilibro alguna vez lo supiste controlar, porque desde la última vez que te subiste a una bicicleta pasaron muchos años. Pero muchos. Y al contrario, de la natación y de tu seguridad en el agua, que terminó siendo olvidada, con respecto a la bicicleta sabés que no sabés andar. Que no tenés equilibrio, que no tenés concordancia entre tu culo en el asientito, tus manos en el manubrio y tener los reflejos exactos para correrte al caer, no darte los huevos contra alguna parte de la bicicleta, y que tu cara resulte ilesa de la caída de lleno contra el suelo. Es como olvidarte de andar en bicicleta, no andar porque no sabés y que todo el mundo te diga pelotudo por no saber hacerlo, que todo el mundo te mire con cara rara, y generes pena por no saber hacerlo. Porque es mentira que con el tiempo la bicicleta no se olvida, es totalmente mentira. Si no pedaleas por mucho tiempo, cagaste, agarrate los huevos que se te pueden lastimar.

Podría seguir… infinito podría seguir… pero solamente es un día más en donde la perseverancia tiene que decir presente. Aunque no sucede, no. Porque la gente habla de tiempos y habla de espacios, porque la gente habla de la perseverancia y de lugares, de que con el tiempo se logra todo y se alcanza lo que se quiere. Y es mentira, el tiempo es una mierda. Te hace olvidar a andar en bicicleta o cómo nadar, te hace tener incompleto por toda tu vida el álbum de figuritas o no te hace ver jamás esa película que tanto deseaste ver. El tiempo sirve para separar, para alejar, para que todo lo hermoso se vuelva una mierda, y no pueda nunca recuperar tal sensación. El tiempo es injusto, y el tiempo es asesino de todas las alegrías, que por mala suerte tendremos que llamar alegrías momentáneas. El tiempo no es cómplice, el tiempo no es amigo. El tiempo y el mañana son una mierda, no sirven para nada. El tiempo en mi vida siempre fue para peor, fue para alejar, separar. Olvidar besos, y no desearlos más. Para no seguir deseando y sentir a la espera en vano. El tiempo de las personas es la peor mierda que puede existir en el mundo. Tu tiempo distinto al mío, que injusticia. Tu tiempo distinto al de otro, que mala onda la del mundo. La del tiempo.

El tiempo trae olvido, trae desgano. Trae nuevos rumbos, caricias olvidadas. El tiempo no sirve, los tiempos son tan injustos, tan crueles, que sólo llevan lágrimas. El tiempo a destiempo de nosotros es la peor miseria del ser humano. Es tan feo, es tan insano. El tiempo a destiempo es parecido al infierno para los católicos, al asado para los vegetarianos, a la falta de bidet para los argentinos. El destiempo es el destierro de nuestras almas, que habiendo llegado al punto máximo de la cumbre, se caen, se marean y se caen, o la tiran de un hondazo, de unas palabras, de un gesto o de una indiferencia.

El tiempo es la peor excusa del ser humano para no encontrarse con lo bueno, para no tomar lo que hace bien. El tiempo es mi peor infierno, todo mi remordimiento por culpa del tiempo.

El tiempo, significa una espera, una paciencia, la entereza que no logro tener, la seguridad con respecto al mundo que no puedo alcanzar.

El tiempo, implica una fuerza que mi debilidad no logra acompañar, se cae abatida antes, y justo en el destiempo se encuentra en otro lugar.

El tiempo apesta,

El tiempo es una mierda.

En días como hoy el tiempo es la peor de todas las guerras.


06 julio 2008

Y el por qué de las relaciones que te llevan a escribir pelotudeces así

Y el por qué de las relaciones que te llevan a escribir pelotudeces así.

Tal vez si el mundo sería más sencillo nos ahorraríamos miles de lágrimas, miles de litros de alcohol, y no tendríamos noches de vigilia. El estomago no se nos cerraría y las charlas de semanas enteras no se basarían siempre en lo mismo.

El mundo debería ser más sencillo. Las personas deberían ser más simples, las relaciones deberían ser más reconfortantes.

Imaginarse un mundo en donde las personas lleven un cartel en el pecho, donde tengan escrita la frente o algún tipo de señal visible, algo superficial. Que una persona use una remera con dibujos, que cada dibujo tenga su propio significado y que todos conozcamos esos significados, haría del mundo ése edén que mucha gente quisiera vivir y cual tantos otros rechazarían.

Un dibujo, un cartel con algún tipo de tipografía, o un color de ropa para la gente “tengo ganas de enamorarme”; otro color distinto, o una gorra, o una vincha para las personas

“sólo creo en los amores platónicos”; tal vez un violeta para “primero cojo, tal vez después me enamoro”; unos zapatos especiales “no me voy a enamorar nunca de vos”. No sé. Tantas cosas podrían ser útiles en ese mundo sencillo y sin complicaciones relacionadas a las relaciones de dos.

Una forma especial de caminar, o una dialéctica intelectual para “no creo en el amor, el amor es para gente débil”; agarrar los cigarros de tal forma para “el amor no existe”; un peinado y los ojos con lentes de contactos verdes “hace tres años que no tengo amor”, o una bufanda grande para “acabo de salir de una relación tortuosa y quiero estar sola”; polleras y pantalones grandes para “me enamoro del primero que pase”; un paraguas que signifique “mi amor no dura más que un mes”. No sé… tantas formas podrían existir para que sepamos reconocer.

Ése mundo en algún punto sería igual a nuestro hoy, con la clara diferencia de la constante percepción visual del estado ajeno. Tal vez una cosa es saber en que estado se encuentra la persona y otra cosa es verla porque la otra persona lo tiene a flor de piel. Tal vez así, gracias a lo visual, podríamos pensar treinta y dos veces antes de seguir avanzando. Es que claro, una cosa es pensarlo, tenerlo en la cabeza y olvidarnos su estado, y otra cosa es pensar, verlo y no olvidarnos. Porque al fin y al cabo, si una persona se encuentra de determinada forma, en determinado nivel, muy pocas veces existen las posibilidades de que ese estado se transforme y acompañe al de uno.

Al existir estas formas de reconocimiento sobre el ojo ajeno, vamos a poder diferenciar con más claridad. Vamos a poder ver quién está de determinada forma, y quién se encuentra en el mismo nivel que uno.

Se podrá ver si las constelaciones concuerdan o si los mundos son completamente diferentes, ubicados a millones y millones y trillones de años luz de distancia. Así, se podrá comprender y cambiar completamente el porcentaje que se puede sacar de las relaciones de hoy en día.

Las personas que se quieren enamorar hoy en día; y sus relaciones.

En el 85 % de las relaciones de dos personas que se encuentran, y no sólo buscan el placer del sexo, uno mismo se termina desenamorando con el correr de los días; en un 9% uno se engancha hasta la medula, pero la otra persona te revolea por los aires para no volver; en un desagradable 5% ambas partes se encuentran a quintillones años luz de distancia y se desenamoran con el correr de los días; por último, sólo un 1% de las veces, ambas partes se encuentran bajo las mismas estrellas, y cada día que pasa es más lindo que el anterior.

Esto, en el mundo ideal de conocimiento superficial de conocimiento propio se volvería un 98,99999999% de las veces; las personas se encontrarían en el mismo lugar lunar (puede ser tomado referido a la luna misma, o a los lunares; yo hacía mención a los lunares) y no terminarían derramando lágrimas repetidas por ahí. El porcentaje restante de las relaciones, sería por la terquecidad de uno o de otro; terquecidad que se vive habitualmente en nuestro hoy.

Terquedad

Sin lugar a dudas, se merece un apartado especial dicha cualidad. Las personas son tercas. Las personas son estúpidas, ciegas y poco racionales. Hay gente que a pesar de comprenderlo y de haberlo pensado, de darlo por sabido, y de escucharlo por propia voz, y voz ajena, igual siguen un camino. El camino provocado por la indiferencia del otro ser humano; por el daño y por la poca importancia que el otro ser humano le puede dar a alguien. A menudo, en el mundo de hoy, nos encontramos con personas que reinciden en otros, a pesar de que estos últimos sean los seres más hijos de puta en toda la fase terrestre: tal vez por haber tratado a uno de alguna manera totalmente desquiciada y poco acorde, tal vez por usar a uno de alguna manera no aceptable o tal vez por la poca importancia que uno recibe de ese otro que uno desea.

Uno desea al que no lo quiere, uno desea al que lo trata como el culo. Uno busca a ese hijo de puta que tanto tiempo le hizo bien, pero a la vez le hizo el peor de todos sus males. Uno desea que ese idiota que hace mal, se vuelva bueno, como la mitad de las otras veces, y que puedan compartir algo junto sin la necesidad de vivir peleándose. Uno desea encontrar a alguien que le haga bien, que lo llene de paz y de felicidad, pero cuando este ser soñado le dice “hola, qué tal” uno se vuelve idiota, deshonra sus deseos y vuelve a ese ser con tanta maldad que no lo deja en paz

Hay personas que viven en la terquecidad por mucho tiempo, por meses u años. Cuando relamente se confían de haberlo superado, vuelven a reincidir una vez más. Otra vez, meses, años. Y ahí, tal vez, puede ser por fin superado, olvidado.

En el mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios, vamos a poder elegir entre seguir siendo tercos o no. Vamos a poder elegir entre un futuro incierto que puede estar lleno de felicidad con toques de agresividad, o seguir eligiendo el presente y futuro incierto de la descortés.

En ese mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios, los vinos entre amigos correrían sin el aburrimiento por parte del otro, de escuchar a uno otra y otra y otra vez hablar sobre la misma pena de desamor. En un mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios, la histeria desaparecería, las relaciones se volverían menos complicadas, y la felicidad llegaría con más facilidad.

En el mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios las personas se harían respetar, se volverían respetables, y las noches se volverían sonrisas puras.

Eso si, ese mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios, dejarían de existir aquellas canciones que nos acarician el alma, aquellas pinturas o libros que nos acompañan en los momentos que nuestra plenitud intenta llegar; el arte de la desolación, decepción y la perdida se volvería ajena, distante e inalcanzable.

También las relaciones en ese mundo ideal de conocimiento superficial de sentimientos propios no nos llevarían a escribir pelotudeces así.

01 julio 2008

A
tus días pasan y te desilusionás,
con la idea de que los besos hermosos no van a llegar,

los del pasado presente al principio maravillosos
para luego convertirse en regalías sin fondo
volviendo a tus besos monedas apestosas
mintiendote al decir que no te molestaba abandonarlos por ahí..



B
sólo al cerrar los ojos encontrás el deseo
de los besos hermosos;algún día llegarán,
a pesar de la obscuridad que colorean tus sentidos
cada vez que recordás el vacio dejado por besos desechados.






I
podés leer diez mil cuentos
y conocer una historia por hora
de gente que se conoce, se empieza a gustar
se enamora de día en día
y a las pocas lunas se deja de adorar.

podés desear vivir las mil fantasias
guiándote por esas películas donde los actores
te hacen creer que las historias más díficiles
en cualquier momento se hacen realidad.

mirás a los demás, les sonreís, alegrandote
de sus besos de amor, y su correspondencia
con su prometida del día;
te cuentan de sus amorios del mes,
y vos en silencio deseando unidad.


II
la ves, con el miedo más estúpido de no saber como acercartele,
un exiliado del amor, que todavía no sabe como reaccionar cuando sus ojos no te dejan de mirar;
la existencia de sus labios, los hechizos singulares de su cuerpo
que no dejan de golpearte de lleno en el cuerpo, para que no puedas dejar de moverte;

inconscientemente, temblando, cada vez que se acerca,
te da un beso, y pregunta cómo estás..


C
dormís, soñás sus manos desnudas junto a las tuyas.



III
no saber como reaccionar cuando su cara
se desliza por tus dedos
y todo lo maravilloso
se vuelve realidad,


el momento exacto
donde las estrellas te empiezan a acariciar.





D
IV

te das cuenta que el primer beso sigue siendo especial,
como de niño cuando los labios comenzaban a besar.





E
V
te das cuenta que el primer beso sigue siendo tan especial
al igual que el beso de cuando se va
al igual de cuando quiere empañarse los anteojos
o cuando te pregunta cómo estás.






F
VI
te das cuenta que sus besos tienen algo especial,

pensás en las peliculas, y en esas historias reales que la gente
dice que alguna vez vivió:

donde dos personas se besan, y no dejan de sonreir.



G
VII
besarse, y sonreir.


las estrellas te vuelven a acariciar.





H
VIII

que todas las particulas de esas historias ficticias
sean esta realidad.




i
IX
que las lunas no se aburran de caminar,





J
X

que de mi luna se pueda enamorar.

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