31 marzo 2010

un mail del viejo continente

(un mail del viejo continente, es imposible no compartirlo, pedí permiso y me lo dieron)

¿Sabes dónde empezó el problema? Ella me besó, yo no hice nada, sólo quería darle los dos besos en la mejilla, como ya me acostumbraron, pero ella me besó. Y me fui, como un pelotudo feliz me fui. Yo no quería besarla, lo sabes. No; es de esas personas tan guapas que no podés besarla las primeras horas que la ves. Antes de eso, habíamos compartido esperas de alcoholes, pasto, lecturas de capítulos de los libros que veníamos leyendo cada uno - ella leía a juan josé millás, te lo recomiendo, seguro allá conseguís algo-, el nerviosismo de la primera impresión. Y ¿sabes qué? A vos seguro te va a gustar, tiene eso de la mujer. Eso que la hace tan bonita, y no se puede explicar. Vos me entendés. Y tenía un vestido, un vestido que opacaba al sol del mediodía. Y le quedaba tan bien. Aunque me cueste no pensarlo, aunque me avergüence decirlo. En un momento, antes de bajar al metro y despedirnos, se traslucía lo que había abajo de su vestido. Y lo único que quería era desaparecer, o detener el tiempo, culpa de tanta hermosura. Y más allá del erotismo, son esas imágenes que te quedan en la retina. Porque, es imagen de mujer. Hasta en ese segundo la sentí más hermosa del antes y del después. Te seduce, esa imagen te seduce, desde una delicadeza que no entendés. Porque lo que te genera no es impulsión hormonal, si no deseos de amor. De sexo en su estado puro, noble. Amor. Bajamos las escaleras, sin poder borrarme esa imagen de mujer. Y, en el "adiós, encantada de conocerte" con un previo arreglo del día que nos volveríamos a ver, ella dirigió sus labios a los míos. ¿Y qué hice? Nada. Porque soy un boludo. Pero no. No soy un boludo. No quería besarla, no todavía. Ella lo hizo, sin saber que iba a generar todo esto. Y sabes que la vi desde el otro lado del andén, esperando, sentada leyendo, y me daba vergüenza verla. Y no llegaba ninguno, ella seguía ahí sentada, y yo seguía con el corazón mambeado. Lo pensé, te juro que lo pensé. Y sabes que si te digo que lo pensé, es porque lo pensé. Bajarme, cruzar las vías, subir hasta donde estaba ella y pedirle que no se vaya. Todo por ese beso. Si no me hubiese besado, seguro el que se sentaba a leer era yo, levantaría la mirada como por un segundo, y volvería a las líneas caligrafiadas.
Y se fue para su lado, y yo para el mío. Cogí el móvil y marque su número. Le escribí, cosas que necesitaba decirle. Me respondió. Cosas más lindas que las esperadas.
No sólo me besó, si no que me dijo cosas bonitas. (Sabes que antes, como era de esperar, había reparado en mi acento, y en las palabras y en las forma en cómo las decía, y se reía de lo que decía. Pero, también me había "elogiado" las uñas -entre comillas, porque, no se si era un elogio, pero a mi me gustó recibirlo así, tal vez como piropo, como dicen allá-. Me dijo que tenía las uñas “en mejor estado” que las de ella; sí, justo en esos momentos donde por fin le cogiste la mano después de reprimirte tantos largos interminables minutos y del otro lado en medio de la paz intentan desinflamar los nervios).
Llegué a casa, lo vi a Martín que estaba triste, frente a la tele, lo abracé, me dijo "Boludo", sorprendido. Se alegró. Y se puso a jugar. Apagué la tele y me fui a acostar. Pero no pude. Te juro que no pude. Y abrí el correo. Y le escribí. Tenía muchas ganas de ella, vos sabes como es esto. Tenía ganas de seguir viéndola a los ojos. O, para qué mentir. Verla a los ojos. Esquivar su mirada. Buscar su mirada. Esquivarla forzosamente por la vergüenza, y volver a mirarla. Y a veces, mirarla dos segundos más, aguantar otros dos. y hasta tal vez poder decir una oración entera mirándola a los ojos. No sabes qué guapa es.
Vos te preguntarás cuál es el problema.
El problema es que ella me besó. Ya lo dije.
Porque a las horas, además del encuentro que teníamos programado para varios días después, también le pedí de volver a vernos pronto. Le dije que quería sentir su olor, tenerla cerca un rato. Y no me respondió. No me dijo nada. E insistí un rato más tarde. Y ella. Ella nada.
Me callé, me costó muchísimo, pero me callé. Esperé a que pasara el tiempo, a que llegara el día que habíamos establecido para volver a vernos. Le mando un mensaje a su móvil, no me responde. Le mando el segundo, horas después. Pero sin noción, como adormecido e hipnotizado por mis violentas ganas de verla. Ya está, pensé. Ya está. Ella me besó. Ella generó esto en mí, ese entusiasmo de volver a verla que invadió su sombra tan pronto, sin respiro de los días a lo desconocido. A veces me cuesta controlarme, y más en esta época. Y cuando dejé de escucharla, sentí esa infrenable necesidad de querer seguir escuchándola. Ella me besó, y se sintió molesta por mis mensajes. Por mi "presión". ¿Es mi culpa? Sí, lo sé. Lo es. Pero te juro, que no lo pude evitar. Yo no estaba preparado para un beso.


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