07 julio 2008

es como

Los días como hoy son de esos días quisquillosos como..
Como haber llegado al 10% en la barra de descarga de esa película que tanto tiempo quisiste, la cual no se encuentra en el mercado comercial; la cinta original nunca estuvo en las pantallas grandes de ningún lugar, pero que mucha gente ya vio y se quedó completamente maravillada. De esas que ves y recomendarías a todo el mundo, por su simpleza, belleza, por su contenido ideológico, por su fin exacto, conciso, apabullante. Ves el programa, ves la barra de descarga, y sos la persona más feliz, sabiendo que ya la tenés, ya la encontraste, sólo es cuestión de esperar, ya sabés que algún día se va a descargar, con paciencia, sin apuro, sabés que se va a descargar. Pero un día, despertás, prendés el monitor y te salta un mensaje de error del programa. Lo leés, como está en un idioma que conocés muy poco lo leés varias veces para entenderlo. Puteás, gritás, sentís la bronca más grande del mundo. Por lo que entendés, en ese mensaje de error te dice que ya no se encuentra la película; ya no se encuentra disponible el archivo; pensás que el que lo tenía lo cambio de carpeta, por eso lo volvés a buscar. No, no hay caso. No está, no sabés que hacer, el mensaje sin mucha explicación, qué pudo haber pasado te seguís preguntando. Seguís maquinando, pensando las posibilidades. El que tenía el archivo, grabó la película y la borró; se cayó el programa, los servidores; el otro la vio tantas veces que decidió borrarla para no seguir viéndola y no seguir maravillándose; le pesó la conciencia y la borró, la desapareció del sistema… no sé, te cansás, dejás de maquinar. Te sentás, esperás… pasan los días y todos los días, con esperanza la buscás, la buscás y no la encontrás. Hasta que un día te desilusionás, te sentís decepcionado, y dejas de escribir su nombre textual cada noche, porque sabés que no va a volver a aparecer. Sabés que es cuestión de esperar, pero no de insistir. Perseverar, ya la encontraste una vez, y fuiste feliz sabiendo que estaba por ser tuya, pero de la nada, como si nada, salta un mensaje de error, para desestabilizarte y volver a ubicarte en el principio en el qué las esperanzas eran efímeras, y las ganas de tenerla te hacían olvidar que era algo imposible de tener, qué tal vez algún día sumamente lejano, cuando ya te hayas olvidado y tus deseos desaparecidos, algún día vuelva a ser tuya.
Como haber encontrado la segunda figurita imposible. Siempre hay dos figuritas que son imposibles, qué te llegan una vez sola en años en los 80 centavos del paquete, qué comprás diez paquetes por día pero que nunca te llega ninguna de aquellas dos. Y un día, con la esperanza muy a la sombra y casi escondida, habiendo bajado la cantidad de paquetes comprados de diez por día, a solamente uno, abrís el paquete y sacás las figuritas: las agarrás y te las ponés a ver: seguís el camino ya conocido y desesperanzador del “late, late, late…”hasta que de repente te paralizás, tu cara sonríe, tu cara a segundos de estallar de felicidad. Creés que no la tenés, un “no la” se te escapa y callás al instante. Intentando entender esas palabras que hacía mucho tiempo que no escuchabas, que tanto esperaste escuchar decírtelas. Creés que es una de las que te falta, ves el número “21”; abrís el álbum con desesperación y buscás la segunda página, tus ojos se mueven directamente hacía el lugar vacío. A punto de gritar y de festejar como ese niño que sos, ves en el casillero el número en blanco “21” que se visualiza con facilidad. Saltás, gritás, sos feliz. Te vuelven las ganas de por fin llenar ese álbum, de volver a comprar muchos paquetes de figuritas. Al otro día, llegás al colegio y llevás el álbum. Como una reliquia les mostrás a tus amigos lo que te había pasado el día anterior, algunos ya lo sabían, porque no te pudiste aguantar las ganas y los habías llamado al instante para contarles, para decirles que en tu álbum ya estaba pegada la número “21”. Detrás del teléfono, y en el colegio, se quedaban maravillados. Con una bronca ingenua que no conocía de maldad. Celosos, pero admirados, te pedían si podían verla, que les cuentes como la habías conseguido, como había llegado a tu poder. Se pasaban horas mirando la figurita, se pasaban horas escuchando la gran suerte que habías tenido, te preguntaban cuál había sido el quiosco donde la compraste, a que hora también, tal vez sería cuestión de un ritual y sólo a esa hora podían encontrar esas figus que a todos les faltaba para llenar el álbum. Volvés a comprar varios paquetes por día, ya no seis, pero si tres. Sonrientes los abrís, sonriente buscás la que te falta, la “75”. Sonriente abrís el álbum cada dos por tres y mirás la “21”. Seguís pensando en la suerte que tuviste, y que seguro es tu semana, es tu tiempo. Y todos los días vas al mismo quiosco, con la cara de nene feliz más profunda, para pedir tus tres paquetes de figuritas del día. Y tu costumbre se repite, la de llegar a tu casa, ir al cuarto que compartís con tu hermano y abrir los paquetes, con la esperanza de que son tus días para encontrar esa figurita que te falta, y por fin llenar un álbum que tanto tiempo te había costado completar. Un día, como cualquier otro, volvés del colegio y vas al mismo quiosco de siempre, pedís tus tres paquetes del día. Pero la viejita que atiende cambia la cara. Te empieza pidiendo perdón y te comenta que decidieron no publicar más dichas figuritas; tu cara cambio, hiciste las típicas preguntas pelotudas “cómo” “cuándo” “por qué”. La mujer te intento explicar mientras tus monedas se caían al suelo y tus lágrimas de nene caían por tu mejilla. Te volvió a pedir perdón y en el último suspiro de voz de niño que te quedaba, le preguntaste si aunque sea le quedaba algún paquete que te pudiera vender, alguno viejo, escondido. Ella lamentándolo te dice que no, que hacía unas horas había vendido el último. Pero que no te preocuparas, que tal vez en algún tiempo podía volver a salir el álbum, que tuvieras paciencia, que lo volvía a lamentar, y en compensación te dejó que eligieras algún dulce del estante, algún caramelo o alfajor. Y vos no elegiste ninguno. Saliste corriendo llorando, con la intención de llegar a tu casa y no dejar de mirar el álbum. Llegaste corriendo, tiraste la valija del colegio y agarraste el álbum, te encerraste en tu cuarto y no podías dejar de ver ese número que te faltaba, el “75”. No parabas de llorar, tu mamá te ofrecía tomar la merienda y vos no respondías. Te preguntaba por tu llanto, preocupadísima, pero cuando vio el álbum en tus manos se tranquilizo un poquito. Te volvió a preguntar y vos respondiste, con una voz que no conocías todavía, con una voz para nada inocente, con una voz que no se asemejaba a la tuya de nene. Le explicaste que no se vendían más, qué no había mas figuritas en los quioscos. Y estallaste una vez más. Tu mama te abraza, sonríe y te dice que habías cambiado la voz… Es como haber encontrado una de las dos figuritas imposibles, y que antes de que encuentres la primera para completar el álbum, el mundo haya decidido que no se venderían más de esas figuritas. Es como cuando sos niño y perdés la inocencia de un día para otro, la voz te cambia, y el álbum de figuritas nunca llegó a completarse. Llegar a una edad en que volvés a abrir el álbum y te acordás del “21” y del “75”. Le preguntas a tu mamá ya más vieja, si se acuerda de aquel día en el que no pudiste completarlo, y ella se sonríe y te dice que sí, qué como olvidarlo, si había sido el día que habías crecido una vez más. La mirás, la comprendés. Te preguntaba cuáles eran esas dos figuritas que tanto te habían costado tener, y le mostrás la “21” la última que pegaste con felicidad; y le mostrás la “75” diciéndole que nunca te pudiste imaginar como era; ella se sonríe, y con sus números de lotería en la mano te dice “¿sabías que en la lotería esos números significan La Mujer y El Beso?”. Le sonreís, le sonreís por su ambición por dicho juego, y volvés al quiosco una vez más. La que atiende desde hace un tiempo es nieta de aquella viejita, que te había vendido figuritas tanto tiempo de tu niñez. Te acordás de su ofrecimiento y te acordás de lo que te había dicho aquél día “tal vez vuelvan a salir las el álbum y las figus, tené paciencia…” Y al final tuviste paciencia. Cada retorno del colegio a tu casa pasabas por el quiosco y ella con señas te daba la triste noticia de que no habían llegado. Así durante años, hasta que dejaste de pasar por ahí, hasta que la voz se te había establecido por completo y los bigotes te empezaban a crecer. Así hasta el día que te cansaste de esperar, que te aburriste de la paciencia y del tiempo.
Tantas analogías se podrían hacer.
Como cuando viajas en tus vacaciones invernales al hemisferio norte, donde el calor abruma, y los hoteles de las piletas se vuelven el pasatiempo preferido de todo niño. Tu papá te tiene del brazo, y te hace hacer la plancha. Tu papá te sostiene la cintura y te enseña a flotar. Tu papá te espera del otro lado de la pileta, claro, de la parte menos profunda, y te llama para que vayas. Y vos no te animás. Lo que te queda claro es que del primer viaje al exterior, entre hoteles y visitas a distintas ciudades, vos extrañás las piletas. Cuando volvés al mismo lugar, o tal vez al mismo país pero a distinta ciudad con nombres más largos, más difíciles de pronunciar, lo primero que deseás es que el hotel tenga pileta. Otra vez tu papá sosteniéndote para flotar. Y vos intentando recordar cómo era, cómo se hacia. Así un par de veces, diferentes vacaciones, diferentes hoteles, diferentes piletas. Hasta que llega el verano en que ya podés cruzar la pileta de lado a lado. Sin ayuda de nadie. No tenés miedo a tirarte de cabeza, y empezás a imaginar piruetas antes de caer en el agua. El miedo de nadar en lo profundo, empieza a desaparecer. Y una vez lo lográs, o exagerás y decís que lo lograste y sólo lo hiciste en la mitad de la pileta donde para ser profundo es muy bajo, y para ser bajo es muy profundo. Pero vos exagerás, y creés que nadaste en lo profundo alguna vez. O tal vez, como eras muy chico no te acordás donde es que nadaste, y si realmente algún día llegaste a nadar en lo profundo, en lo semi-profundo o en el bajo. Igual, de lo que estás seguro, es que en la última vacación invernal del hemisferio sur, en el calor del hemisferio norte, vos te sentías completamente seguro en la pileta. Con el correr de los años nunca más volviste a meterte en una pileta; al mar pocas veces más te metiste, y una cosa es barrenar y otra nadar. La cualidad del nado desapareció en tu vida, como si nada. Pensaste en el tiempo, y en la perseverancia de que el día que te metieras a una pileta sabrías como nadar otra vez, pero esto no resultó de dicha forma. Es que tanto de nadar, como de andar en bicicleta, se dicen que no se olvidan. Y es mentira. Ya de más adolescente, ya de pibe que se mete en piletas ajenas, de casas desoladas, en countrys ajenos, asquerosos y caros, te diste cuenta que lo que todos decían era mentira. Día de la primavera, y tus ganas de meterte a la pileta se volvieron llamas a flor de piel. Insistir, insistir a tus compañeros de día para que se metan con vos, para ir a la casa vecina y tirarse a nadar. Cuando el calor se hacía insoportable, y la dueña de casa, y persona propietaria en dicho country, por fin aceptaba tal acto, la pileta los esperaba. Un él se lanza de cabeza, un ella atrás, y otra ella atrás. Y vos. El pelotudo que tanto había deseado ir a piletas ajenas, ahora que estaba a segundos del borde, no se tiraba. Tenía miedo, tenía miedo de haberse olvidado cómo nadar. Miedo, que paraliza. Miedo que tuvo que ser sacado de un sacudón, de la misma forma que fuiste empujado. El contacto con el agua, la desesperación, el sentir que uno se ahogaba, y realmente darse cuenta que las cosas como nadar se olvidan. Alguien se da cuenta de tu estupidísimo crónico, de tu incapacidad motora, y se tira, como la Baywatch del country, como la Pamela Anderson de Baywatch. Te da un empujón simple, y tocás la pared, pared de la pileta que en tu desesperación ni habías podido imaginar. Volvés a tierra, y vuelven las horas de calor, y tus explicaciones estúpidas de “el agua estaba muy fría”, “se me durmió una pierna”, “me asusté, me empujaron y no estaba preparado” o cosas más estúpidas y sin sentido. Para al final, con toda la vergüenza del mundo explicarle a tu rescatista del día, que en realidad no sabías nadar. Sí, no sabías. Y ahora, años después de ese sucedido, seguís sin saber nadar. Porque es mentira que uno no se olvida de nadar… Es como cuando estás aprendiendo a nadar de chico, y de un día para otro dejás de nadar y a los años te tiras a una pileta. Si no te ahogás, es porque hay gente que te pudo rescatar. Es mentira que con el tiempo uno no se olvida de nadar. Es mentira. El tiempo es una mierda, porque te podés ahogar.

Como andar en bicicleta de chico y no volver a hacerlo de grande, sabiendo que si lo hacés ahora te estrolás contra el pavimento. Tus veranos al sur de Córdoba, y tu abuelo que te llevaba en su bicicleta grande, de persona vieja, y roja. Idas y vueltas, tus ganas de aprender a andar y de escaparte por ahí, por el campo; como él lo hacía con vos. Y tus veranos al sur de Córdoba, del otro lado de la tranquera, del lugar donde las camionetas pasaban y los tractores dejaban su huella. Donde por las noches cada auto que pasaba implicaba un miedo y una persecución incalculable a algún posible robo o cosa por el estilo. Del otro lado de la tranquera, mamá o el abuelo amarrándote de la bicicleta para que no te caigas. Y así pasaron algunos veranos, en donde cada vez que ibas era un volver a empezar de cero, otra vez, todo de nuevo. Y la verdad es que no sabés si el equilibro alguna vez lo supiste controlar, porque desde la última vez que te subiste a una bicicleta pasaron muchos años. Pero muchos. Y al contrario, de la natación y de tu seguridad en el agua, que terminó siendo olvidada, con respecto a la bicicleta sabés que no sabés andar. Que no tenés equilibrio, que no tenés concordancia entre tu culo en el asientito, tus manos en el manubrio y tener los reflejos exactos para correrte al caer, no darte los huevos contra alguna parte de la bicicleta, y que tu cara resulte ilesa de la caída de lleno contra el suelo. Es como olvidarte de andar en bicicleta, no andar porque no sabés y que todo el mundo te diga pelotudo por no saber hacerlo, que todo el mundo te mire con cara rara, y generes pena por no saber hacerlo. Porque es mentira que con el tiempo la bicicleta no se olvida, es totalmente mentira. Si no pedaleas por mucho tiempo, cagaste, agarrate los huevos que se te pueden lastimar.

Podría seguir… infinito podría seguir… pero solamente es un día más en donde la perseverancia tiene que decir presente. Aunque no sucede, no. Porque la gente habla de tiempos y habla de espacios, porque la gente habla de la perseverancia y de lugares, de que con el tiempo se logra todo y se alcanza lo que se quiere. Y es mentira, el tiempo es una mierda. Te hace olvidar a andar en bicicleta o cómo nadar, te hace tener incompleto por toda tu vida el álbum de figuritas o no te hace ver jamás esa película que tanto deseaste ver. El tiempo sirve para separar, para alejar, para que todo lo hermoso se vuelva una mierda, y no pueda nunca recuperar tal sensación. El tiempo es injusto, y el tiempo es asesino de todas las alegrías, que por mala suerte tendremos que llamar alegrías momentáneas. El tiempo no es cómplice, el tiempo no es amigo. El tiempo y el mañana son una mierda, no sirven para nada. El tiempo en mi vida siempre fue para peor, fue para alejar, separar. Olvidar besos, y no desearlos más. Para no seguir deseando y sentir a la espera en vano. El tiempo de las personas es la peor mierda que puede existir en el mundo. Tu tiempo distinto al mío, que injusticia. Tu tiempo distinto al de otro, que mala onda la del mundo. La del tiempo.

El tiempo trae olvido, trae desgano. Trae nuevos rumbos, caricias olvidadas. El tiempo no sirve, los tiempos son tan injustos, tan crueles, que sólo llevan lágrimas. El tiempo a destiempo de nosotros es la peor miseria del ser humano. Es tan feo, es tan insano. El tiempo a destiempo es parecido al infierno para los católicos, al asado para los vegetarianos, a la falta de bidet para los argentinos. El destiempo es el destierro de nuestras almas, que habiendo llegado al punto máximo de la cumbre, se caen, se marean y se caen, o la tiran de un hondazo, de unas palabras, de un gesto o de una indiferencia.

El tiempo es la peor excusa del ser humano para no encontrarse con lo bueno, para no tomar lo que hace bien. El tiempo es mi peor infierno, todo mi remordimiento por culpa del tiempo.

El tiempo, significa una espera, una paciencia, la entereza que no logro tener, la seguridad con respecto al mundo que no puedo alcanzar.

El tiempo, implica una fuerza que mi debilidad no logra acompañar, se cae abatida antes, y justo en el destiempo se encuentra en otro lugar.

El tiempo apesta,

El tiempo es una mierda.

En días como hoy el tiempo es la peor de todas las guerras.


5 comentarios:

Alina Golondrina dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alina Golondrina dijo...

frases que me impactaron:




"El tiempo a destiempo de nosotros es la peor miseria del ser humano."

"El tiempo es la peor excusa del ser humano para no encontrarse con lo bueno, para no tomar lo que hace bien."

"...todo mi remordimiento por culpa del tiempo."




...

y podría seguir
hasta transcribir el texto entero jeje

y las anecdotas son tan
pero TAN
TAN
TAN
TAN
reales...


pd: fui yo la del comentario anterior, xq salio desacomodado y no me gustaba...xD

Anónimo dijo...

qué texto precioso, norman
me gustaría decir algo más porque me generó un montón de cosas (estoy pasando por un momento de excesiva sensibilidad)
pero quizás no sea el momento.

te mando un beso enorme.

Biga Beatle dijo...

increibles analogias norman.

sisi, me gusta!

de todos modos, creo y espero que en algun momento el tiempo se vuelva un poco más complice y mas de tu lado... no es taaaaan malo realmente!
pero bueno, es logico que en momentos intensos veamos las cosas de manera extremista y eso es supervalioso en los rasgos del arte.

y te entiendo porque tambien me paso!


un abrazo.
gracias de vuelta.


bigabeatle

huellas compartidas dijo...

Me encantaron tus analogías... la de las figuritas llegaron a remontarme a más de una década atrás !
Y el tiempo... es el tiempo... y es difícil ganarle una batalla... tengo la esperanza de que algun día podremos !
Que estes bien...
Saludos

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