25 abril 2009

(salven a las palomas)

Al levantar la persiana del dormitorio, vi una vez el cadáver de una paloma en una azotea muy próxima a este edificio. Lo había visto ya hace unos días, y volví a verlo más recientemente, y en esa segunda oportunidad había visto a la pareja de la paloma muerta en actitud de velorio, parada muy quieta a uno o dos metros del cuerpo, de espaldas a mí, mirando fijamente al muerto. O quién sabe adónde, porque cuando una paloma quiere mirar algo de frente pone la cabeza de costado, como los bizcos; pero lo cierto es que su pico enfrentaba el centro del cuerpo muerto. Hoy volví a verla; parece que es cierto lo que he leído del duelo de las palomas. Pero hoy la escena tuvo momentos dramáticos. Sin saber si esto será fiel a la verdad, voy a designar a la paloma viva como < < la viuda > >, asumiendo que el cadáver es un macho. Cuando lo vi por primera vez, se me presentó el enigma de las causas de la muerte. No podía imaginar qué accidente pudo haberle sucedido a esa altura de un tercer piso, en una azotea que dificilmente sea visitada por alguien, ya que no tiene nada, ni plantas, ni cuerda de tender la ropa, nada. Es probable que sólo pasen allí cuando necesiten limpiar el tanque de agua, y nada más. La paloma yace cerca del centro de la azotea, qé tendrá unos cincuenta metros cuadrados, un rectángulo cuyo lado más largo corre paralelo a este edificio. La viuda estaba parada, quieta, en el mismo lugar del otro día; no puedo tener idea de cuánto tiempo pasará allí, porque hace días que no miro por esa ventana a horas razonables, pero da la impresión de que no se mueve de ese lugar. Aunque supongo que de noche se irá a dormir a otro lugar más apropiado.
Me pregunté qué sabrían de la muerte las palomas. En cierto momento me dio la impresión de que la viuda no estaba exactamente en actitud de duelo, sino de espera; como si pensara que el estado del cadáver fuera reversible. En cierto modo esta idea se me confirmó cuando empezó a soplar viento. La viuda se excitó, porque parecía que el cadáver cobraba movimiento; un ala estaba extendida, como caída a un lado, se agitaba como en un aleteo. Ahí la viuda dejó su quietud y empezó a moverse nerviosamente de un lado a otro, en línea recta; pero no se acercó al cadáver. Hacía un breve recorrido de ida y vuelta y movía nerviosamente la cabeza. Cuando el viento cesaba, ella volvía a su actitud de espera. Esto se repitió dos o tres veces, con cada nueva ráfaga. Yo seguía postergando mi desayuno, fascinado por la escena. En cierto momento mi memoria me entregó la clave de la tragedia que estaba contemplando; recordé de golpe que hacía unos cuantos meses había visto otra escena incomprensible: en el balcón del hotel de enfrente, y un piso más arriba del mío, había visto a un hombre, no joven ni delgado, entregado a una extraña actividad. El hotel ya no funcionaba como tal; está cerrado y en pésimas condiciones. Le faltan ventanas y persianas, e incluso una de esas aberturas que da al balcón no tiene puerta. En el piso de abajo siempre hay una ventanita iluminada por las noches; no sé quiénes vivirán allí, ni si serán habitantes legales. Otras veces había visto a alguien, un hombre más joven y más delgado que aquel otro, tomando mate en el blacón de ese piso que está a la altura del mío. En la extraña escena que me trajo la memoria, el hombre no joven ni delgado tiraba piedras con una honda, apuntando hacia la esquina, en cruz con el hotel. El hombre había advertido mi presencia en mi ventana y había realizado varios tiros seguidos, como al azar, y desaparecido dentro del hotel. Me imaginé que había encontrado una honda en la calle y no había podido sustraerse a la tentación de hacer algunos tiros. Pero hoy comprendí que no era así, que ese hombre odia a las palomas y se fabricó él mismo esa honda para matar a las que se le pongan a tiro. Parece fantástico, pero tengo la certeza de que es así. Espero que la viuda se salve.
Mientras yo seguía absorto en la escena, junto a mi ventana, vi que llegaba volando un macho, se acercaba a la viuda y comenzaba un vehemente bailecito de cortejo. La viuda se puso furiosa; reaccionó con extrema violencia, abriendo las alas y lanzándose contra el seductor, con el pico abierto listo para usarlo. El macho se fue a toda velocidad. La viuda quedó bailoteando su furia en el pretil de la azotea, hasta donde la había llevado el impulso de su persecución. Y caminó por el pretil desesperada, de un lado a otro, de un lado a otro, girando sobre sí misma de manera loca e incompleta; como en uno de esos habituales bailecitos de cortejo pero mal hecho, cortado, rabioso, con la cabeza oscilando a izquierda y derecha y un aire realmente desolado; se veía que no podía contener su dolor, no sabía qué hacer con él.
Después se calmó y volvió a su puesto a uno o dos metros del muerto. Y después empezó una llovizna, y ella aguantó todo lo que pudo, pero la llovizna arreció y ella se fue volando.



(en, la novela luminosa de mario levrero)

4 comentarios:

malegría dijo...

las palomas son ASCO
odio las palomas, tanto como vos a las mayúsculas querida normandí

OjosqueGritan dijo...

ME GUSTAN LOS TITULOS NEGATIVOS.

ojosquegritan
(ya no sabesmos que hacer)

UNDER dijo...

hola norman!
me fui a otro lugar leyendo eso,
un baccio.

Guillermina dijo...

ortiva

:)

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