07 julio 2009

Veámos. Sala de espera de un consultorio. Consultorio de una clínica veterinaria. Dos banquitos de madera como una L deformada en la parte horizontal aumentado su tamaño para que quede casi del mismo tamaño que la vertical; todo horizontal, como todo lugar no moderno para sentarse, como dos banquitos de madera que forman una L deformada con la variación ya nombrada a lo largo de dos paredes poco anchas. Al final de uno de los banquitos, un dispenser con un cartel que pide en mayúscula y subrayado que esa agua no se use para brindarsela a los pacientes. A los diez minutos de la llegada, la perciana con vista a la calle se baja. El clima empieza a enfriarse debido a un aire acondicionado sin sentido para estas temperaturas invernales, y los tres cuadros de perros y gatos dibujados con nombres en un tamaño chiquitisimo de letra, no se vuelven un método de distración. Menos a los veinte minutos de espera, y mucho menos a los treinta y cinco, cuando la cantidad de veces que el celular fue sacado del bolsillo y abierto para que la hora se haga presente, no disminuye de las catorce. Antes, la impaciencia era más paciente que después. Después, la pierna se mueve en un ritmo devastador para cualquier insecto que camine por abajo de la zapatilla, y las lágrimas de impotencia quieren estallar, y la necesidad de caminar menos de cuarenta y tres pasos para hacerle un mimo a Roberta (si no sabés quién es, andá al buscador de la derecha) en la cabeza, rasguña cualquier cavidad todavía intacta del corazón. Llega el momento en que la hora no te importa, y querés ir por ese pasillo y abrir la puerta que te separa. Pero no lo hacés, porque la civilización todavía es un rasgo que tu postura conserva, y el disconformismo y el odio quedan bien gritando solamente dentro de tu cabeza. Ya te sentaste de una cantidad de formas diferentes, te quedaste minutos en la misma posición, y en otras sólo segundos. Ya miraste para todos lados, y las uñas cada vez más deformes. Casi una hora, o más de una hora. No importa. Lo importante es que la ves y la acaricias, y le das besos con mezcla de olor a sangre que todavía emana de su cuerpo. Y las lágrimas siguen ahí, tan estúpidas que no van a salir. Te vas, la dejás, las lágrimas agujerean cualquier superficialidad. Y en la soledad. Llorás.



Ahora. Recordemos. La desubicación más grande en la sala de espera del consultorio de la clínica veterinaria, sí, ahí en los banquitos de madera en forma de L deformada. Ahí, en el rincón de las dos paredes, en la unión de los dos banquitos sostenidos por dos pilares de varios ladrillos cada uno. Ahí mismo, en ese rincón, otro método de distración del cerebro y de esquivación de la impaciencia, que nunca podrás aprovechar en tu vida, es el de ese piloncito de revistas que está ahí. Un pilón de no más de tres revistas. Volvamos a repetir una vez más. La desubicación más grande en la sala de espera del consultorio de la clínica veterinaria, en el vertice de las paredes, en la unión de los dos banquitos que juntos forman una deformada L, hay un piloncito de revistas. No más de tres revistas. En esos largos minutos de espera, y de posiciones de piernas y culo apoyado y desapoyado en los banquitos, la vista gira a la derecha. Siguiendo la linea recta de los ojos mirando al suelo, de la pierna moviendose impacientemente. Siguiendo esa linea recta de los ojos mirando al suelo, girando la cabeza hacia la derecha. El piloncito de revistas. La primera de todas, la de arriba, "Cosmopolitan". Ahora. Recordando. No te acordás de la foto de estapa, y de casi nada, porque sólo con leer de lejos un subtítulo de palabras medianamente grandes acompañandas de otras más pequeñas, con sólo leer eso, la furía escondida y que no tiene ganas de deformar la postura civilizada, se dispone a salir a la luz. Ganas de pararte, tirar esa revista, romperla en mil pedazos, y escupirle en la cara a todo ser humano que se disponga a leer esa revista en una situación de espera parecida o similar.


El subtítulo, "Sexo Oral", las letras pequeñas que lo acompañaban "Aprenda todos los consejos" (o alguna palabra parecida de alguien que tiene interés en demostrarte que sabe de la vida más que vos- en realidad no me acuerdo sí era esa o la otra estúpida palabra "Tips" que no sirve más que para que uno se ría) retomando, "Aprenda todos los *consejos* para hacer de su lengua y de la de su pareja los mejores Sex Toys"










Em.
Recordamos? Sala de espera de consultorio de clínica veterinaria. Supuestamente, lugar de internaciones y derivaciones de animales en grave estado. Método de distración de la presente impaciencia, uso de la lectura a travéz del medio gráfico "Cosmopolitan".
Ahora, ¿Vos te imagínás leyendo los consejos de una frígida que te enseña cómo carajo chupar una concha-pito mientras no sabés si tu perro-gato está sufriendo a tan sólo un pasillo y una puerta de distancia?


Ahí es cuando el humano civilizado y tranquilo con cara de drogadonodrogado, de pelos mojados sucios y cagado de frío, de persona civilizada que espera su turno moviendo el piecito a un ritmo devastador para cualquier insecto, de persona que trata de hacer las cosas lo más correctamente posible; ahí es cuando esa persona es vencida, por esos demonios internos que se impulsan con ganas de gritar, de agarrar esas revistas y tirarlas a la mierda. De gritar y de preguntar, a quién carajo le importa que un par de frígidas creídas de buen sexo te expliquen como mierda hacer sexo oral, cuando del otro lado está tu perra hecha una pulguita. Te dan ganas de que todo ese interior que no sale a la luz, se escape en un escupitajo hacia cualquier persona interesada en esas idioteces de guías estúpidas y pasos a seguir, de un escupitajo en el medio de la cara a cualquier flaca estúpida que para distraer su impaciencia se pone a leer una cosa así, y a anotarselo mentalmente. Y de la nada, esas cosas totalmente desacordes a las circustancias, y no necesarias, si no, ESTÚPIDAS, son las que te hacen perder cualquier tipo de equilibrio mental que intentás tener.



Roberta me miró, y seguramente me va volver a mirar muy pronto. Roberta va a mover el rabo y me va a morder las medias, se va a tirar arriba de mi panza, y va a esperar a que me despierte. Roberta va a querer comer de mi comida, y me va a volver a alegrar con su hermosura presencia. En cualquier momento, por suerte.

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