22 diciembre 2008

siete

El otro día fuimos con Josefina a ver a Mataplantas, en Niceto. Fue nuestra primer salida donde los metros cuadrados de nuestro alrededor se relucían de personas, quiero decir, fue nuestra primer salida a un lugar donde no teníamos que prestarnos atención mutuamente por un rato, y nuestros movimientos se verían acortados por los movimientos de otros terceros. Un fernet para cada uno, a pesar de lo caro, y a esperar sentados en una de las paredes de costado. Hablamos de música, la escuchaba hablar, me escuchaba hablar y ninguno tenía que hacerse él alguien, ese alguien que cree que el saber de música te hace la persona más interesante del mundo; esa sensación de querer callar al otro o que se ponga a hablar de Leo Mattioli no estaba presente en los silencios. Nos reímos un rato y hablamos de la ropa. Era imposible no notar la mezcla de vestuario que había. Se diferenciaban los que habían salido de trabajar hacía un rato y los que eligieron la ropa adecuada para la ocasión. Hablamos de los chalecos de mal gusto y los anteojos al pedo; de los vestidos sin forma y los zapatos insalubres. Hablamos de la ropa, y concordamos en que una remera de rayas no va a cambiar al mundo; ni mucho menos los peinados, los tristes raros peinados nuevos. Reímos de la ropa. Le conté de mi falta de seguridad para usar cierta ropa, del aburrimiento de mis colores y también de cualquier otro, del aburrimiento de la ropa. Me contó de la gente desnuda. Le dije que sería todo más hermoso si todos estuviésemos desnudos. Me dijo que sería todo más simple si todos estuviésemos desnudos. Sin colores, ni formas, ni rasgos superficiales característicos, y al terminar de decir eso, me miró y se rió. Tiernamente se rió. Primero tocó otra banda, nos paramos y fuimos por otro fernet, con el dolor de bolsillo más grande que el futuro inverosímil mareo. Nos volvimos a sentar, esta vez al fondo. Callados, mirábamos, hacía calor y el hielo nos hacía feliz. Una hora así, comentarios de por medio, entre movimientos de cabeza y de los cuerpos sentados en el suelo. Seguíamos mirando a la gente, y concordábamos en la falta de respeto. De que el humano se cree más revolucionario cuando inflinge una ley estúpida y no cuando quiere cambiar el mundo. Hablamos de los que fuman adentro de un lugar donde el cartelito de prohibido fumar está presente, donde un seguridad te tiene que venir a pedir que por favor lo apagues, que no está permitido, y lo apagaban, y los volvían a prender, y los escondían, y los volvían a prender, y los volvían a prender, y los volvían a prender. Y nos pusimos a pensar si realmente estaba bien el fumar ahí o no. Llegamos a la conclusión de que habiendo tantos lugares para fumar, la cabeza no se va a pudrir por estar tres horas sin prender un cigarro, que el humano no es tan insignificante. Seguimos escuchando, y moviendo un poco los cuerpos que estaban sentados en el suelo. Así quedaron un rato más, hasta que los señores de Mataplantas se hicieron presentes en el escenario. Nos paramos y nos adelantamos un poco. Veíamos. Escuchábamos. Josefina bailaba. Y cuando Josefina bailaba el mundo se apartaba. La música la llevaba. Mi cuerpo la acompañaba, a veces. Otras me quedaba mirándola. En un momento me puse a pensar en la ropa, y en que hermosa se vería desnuda. Y todo sería tan sencillo. Y todos seríamos más simples. Y todos seríamos capaces de saber mirar. Y la miraba. Su jean apretado, y sus botitas con plataforma (para estar a la misma altura y poder mirarnos a los ojos, me lo confesaría unas horas más en un estado tonto y delicado de ternura), su camisa y su piercing en la boca. Josefina bailaba, entera, y la música ya no importaba. Tenía ganas de sentarme y mirarla sólo a ella. En ese momento y en cualquier otro, como ahora donde cierro los ojos y la veo bailar. Josefina bailaba lento, pequeños saltitos, y sonreía. Cerraba los ojos, o me miraba. Yo me movía, como podía. Con mis huesos vergonzosos, y mis manos temblorosas. Con las piernas sin ritmo y mis ojos fijos en Josefina. Creo que fue la primera vez que quería quedarme en ese lugar. Esa comodidad que sentí con Josefina en todos esos largos y hermosos minutos de baile. No necesitaba nada más. Ella no bailaba por el resto, ella bailaba por ella. Y bailaba por mi, y por todas mis ganas de querer que siga bailando, así me olvidaba del mundo y sólo pensaba en ella. Era gracioso ver como Josefina bailaba con la música "bailable" de Mataplantas. Era ver un cuerpo desnudo vestido con ropa simple y unas botitas de ternura bailando en medio de las luces, al lado mio, y que nada más importase.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

=D


Cada dia esta historia canta mejor

Me alegro

Christ dijo...

Suena recopada josefina!!!

Y que groso mataplantas! yo justo ese dia fui a otro recital, a ver una banda copada llamada Les mentettes, tienen letras reprofundas, tendrias que escucharlos!
Besos
Christ

La Perla Irregular dijo...

me gustó que josefina saltase al siete y la salida al reci de mataplantas (no se porque al final se me vino a la mente de una manera muy bizarra e incomprensible el: "dance dance dance hoy tu cuerpo es real, dance dance dance abre tu mente" jaja).

che y josefina se copa para salir dsp de brindar?? sabemos q va a estar bastante escabiada y puede llegar a ser una salida un poco turbia, pero considerala! jeje

un tal león dijo...

la perla escucha bandana??


aguanten los anti indies locooooooooo

Unknown dijo...

Bellísimo, Norman.

Catalina tenía la rutina... dijo...

Creo que yo también me enamoré un poco de Josefina.

Cuando se crean esos espacios privados entre dos personas, privados aunque estén entre una multitud, que hermoso.

Eso me hizo recordar que hace meses, casi un año fui a un recital, estaba con unos amigos, y conocí a un chico, nos caimos bien, nos quedamos hablando viendo el show... cuando termina lo hice caminar como 40 cuadras para desayunar donde mi capricho pedía siempre. Al otro día una charla por creo por gtalk mostraba algo particular:

Él -Que lindo verte bailar ayer.
Yo -Bailar? yo no bailo.. no viste que no bailo. No bailo, no sé bailar.
-Ayer bailaste, bailaste todo el recital.
-Pero yo no bailo, no sé.
-Pero ayer bailaste al lado mío.
- =).

A veces te das cuanta tarde, pero esos momentos irreprodicibles están por todos lados.
Quiero empapelar mi habitación de esos momentos.

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